7 de septiembre, del 2017
Caminaba un día por la calle, cuando observé cómo unas nubes
oscuras se juntaban en el cielo. Vi luego cómo la lluvia empezó a caer, y
rápidamente busqué refugio, al mismo tiempo que la suave lluvia se convertía
poco a poco en tormenta. Encontré refugio bajo una cornisa, a la entrada de una
casa, en el momento en que la tormenta caía con más fuerza y estruendo. Vi
entonces una pequeña rosa roja, golpeada y encorvada por las grandes gotas de
agua que constantemente le azotaban, y a pesar de esto no se rompía, sino que
soportaba con increíble resistencia el gran embate de la lluvia, y cada uno de
sus golpes; manifestado en grandes y pesadas gotas de agua.
Me sorprendí al ver cómo, a pesar del viento y la lluvia, la
pequeña rosa roja soportaba el gran castigo, sin ceder ni un ápice. En muchos
momentos, pensé verla caer, derrotada por la furia del agua; más sin embargo,
volvía a enderezar su ya doblado tallo por la lluvia. Al pasar la lluvia, y ver
cómo el sol salía de entre las oscuras nubes, noté con asombro como la pequeña
y frágil rosa roja, estaba aún en su lugar, con su tallo erguido hacia el
cielo, mostrando con orgullo sus bellos pétalos rojos, en señal de su victoria
ante las fuerzas de la misma naturaleza.
Esto me hizo reflexionar acerca de mi vida; pues al recordar
cómo la indefensa rosa luchaba por seguir en pie ante la tempestad, y después
de observar cuan dura había sido su lucha, me recordó las dificultades que
había tenido en mi vida, y de cómo muchas veces había sentido que ya no podía
más, pero al ver la rosa roja, en pie y victoriosa, recordé aquel pasaje de la
Biblia, donde Jesús nos dice que nosotros valemos más que las flores del campo
y los pajarillos del cielo, y pensé: "Si Jesús dio fuerza a esa pequeña
rosa roja para pasar la tempestad, ¿por qué yo he de temer a las adversidades?
Si Jesús permitió que esa rosa soportara la tormenta; ella que
ni camina ni razona, cuanto más cuidará de mi, hijo de Dios y heredero de la
vida eterna".
Desde entonces no dejo que nada me asuste, atemorice o desanime,
y cada vez que siento desfallecer; recuerdo aquella pequeña rosa roja que, sin
saberlo, me enseñó cuánto me ama aquel que le dio fuerza a la rosa para que
pudiera resistir... ¡Gracias Jesús!